13 de mayo de 2009

El Origen de la Vida.

Por KuerVo


El darwinismo, en sus diferentes versiones, no trata sobre el origen de la vida. Darwin hizo cierta aportación sobre el tema, pero no lo trató como parte de su teoría sobre el origen de las especies. De todas formas, la conjetura de que la vida pudo originarse en “un pequeño charco cálido, con todo tipo de sales fosfóricas y de amonio, en presencia además de luz, calor, electricidad, etc.” es una idea notable.

Stanley L. Miller, basado talvez en la misma y esperanzadora suposición, fue un poco más allá del mito del charco calido y salado, y la atmosfera de Oparin. Emprendió la tarea del alquimista “ingenuo”, despeinado y eufórico, sumergido en la oscuridad de algún laboratorio del norte de las nieves, el de occidente. Se dio a la tarea de hacer surgir vida de una probeta. ¿No es acaso una locura?

Afortunadamente, Miller no fue tratado de crédulo o de loco, aun cuando sus ideas perturbaran a más de un escéptico. Por el contrario, su ingenuidad le valió un doctorado en química de la Universidad de Chicago, nada trascendente, pero mucho mejor que una camisa de fuerzas.

De más está decir que a pesar de una vida de arduo trabajo, el pobre Dr. Miller no logró producir proteínas, y mucho menos vida. Pero sus aminoácidos proverbiales han dejado una estela de esperanza.

Muchos otros hombres de ciencia han abordado con la suficiente seriedad el reto de explicar el origen de la vida. Desde Alexander Oparin y Sidney W. Fox hasta Paul G. Higgs y Ralph E. Pudritz, la ciencia avanza hacia el conocimiento de este misterio. Parece cierto, la vida es de polvo.

Nada nuevo. La idea es tan vieja que cuando Moisés nació ya tenía canas. Es un mito tan antiguo como el mundo. “Del polvo eres y en polvo te convertirás”. La polvareda que somos se evidencia al morir de cada ser vivo. Cuando la vida termina, los organismos se descomponen en sus elementos originales. Vuelven a ser eso que los constituía, macro y micro elementos, simple química. Quizás de la observación de este hecho ha surgido la idea, en principio. No se necesita mucho para llegar a esta conclusión. De eso que somos debimos surgir. La pregunta es, ¿cómo?

A la manera del Corán, Dios [él, Alá] “es quien proporcionó a todo su forma correcta y después lo dirigió a su función adecuada.” (Corán, Sura 20:51). No se observa en este y otros pasajes coránicos diferencias sustanciales con la versión judeo-cristiana. La razón es simple, la fuente es la misma (¿Moisés?).

Dios crea y dirige lo creado a su forma y función adecuadas. Escueto, sin otras explicaciones sobre la manera en que se lleva a cabo esta tarea. ¿Y desde qué crea, cuál es el medio material para esta creación [refiriéndonos a la vida]? El polvo, el agua, la luz, el aire de la Tierra... (Génesis, Cap. 2)


De dónde sacó Moisés estas ideas es difícil de determinar. Algunos ven el origen de tales relatos en ciertas tradiciones egipcias. Una hipótesis para nada desechable dada la historia conocida del personaje (¿de ficción?). De todas formas, el origen primero de esta notable idea es irrelevante para los fines de este artículo. Séanos suficiente, y mientras tanto, atinar el hecho de que el hombre como producto de los elementos de la Tierra tiene su origen en los “mitos” religiosos y no en la “ciencia”. Y esto vale más que un comino. Sobretodo para aquellos que creemos que tales tradiciones pueden ser una deificación de la ignorancia, pero nunca las invenciones peregrinas de pastorzuelos “ignorantes”.

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